Como sabemos, los Juegos Olímpicos han sido una tradición emblemática desde hace muchos años; sin embargo las cosas no siempre fueron como las conocemos hoy en día.
Distintos estereotipos y creencias impedían que las oportunidades para desempeñarse como atleta fueran las mismas entre mujeres y hombres.
En los primeros juegos, celebrados en Atenas en 1896, las mujeres estaban totalmente ausentes, fue en la siguiente celebración, que se llevó a cabo en 1900 en París, que la representación femenina sería el 2% del total de los atletas, participando de aquellas disciplinas que eran consideradas acordes a la naturaleza femenina, como golf y tenis.
La tenista Charlotte Cooper se convirtió en la primera campeona olímpica.
Tomó más de 100 años (114 para ser exactos) para que la participación fuera «casi» igualitaria: los Juegos de Londres de 2012 fueron llamados los “Juegos de la Mujeres” por el récord de participación femenina y por haber sido la primera vez que las mujeres compitieron en todas las categorías.
Sin embargo y hasta la fecha la igualdad de género en los Juegos Olímpicos sigue siendo un desafío: la participación femenina no ha garantizado que los estereotipos queden fuera de las competencias.
Frecuentemente las atletas aún son percibidas como objetos deseables con atención en su vestimenta, desvalorizadas por la prensa, por los organizadores y por la publicidad inclusive en deportes en los que lograron mayor cantidad de medallas que sus colegas masculinos, o retribuidas con menores montos salariales o de financiación, entre otras manifestaciones del problema.
En la actualidad y para la próxima entrega de los Juegos Olímpicos que se celebrará en Tokio, se tiene contemplada la presencia de 11 mil atletas, la mitad de los cuales serán mujeres, listas para demostrar su capacidad y preparación.
